sábado, 18 de abril de 2009

Candidaturas testimoniales

En estos días oímos hablar de candidaturas testimoniales a algunos políticos de primera línea. Y es que un buen día a alguien se le ocurrió la idea de que para mantener el poder no bastaba con la disputa democrática tradicional, de competir para ganar o perder. El nuevo paradigma impuesto no admite la derrota, y como tal no es una competencia. Si no se puede perder, ganar es un eufemismo, y lo que se da es una imposición. Esta imposición y la inviabilidad de una derrota aleja a este mecanismo de elección que se pretende para el 28 de junio en Argentina del concepto de democracia.

Una candidatura implica una suposición, un estado de espera y una competencia. Pero no sólo eso, un candidato promete porque su función está en potencia, vende un intangible y representa un cambio o una continuidad de lo dado hacia el futuro. El aporte subjetivo del candidato no sólo es necesario sino relevante, porque es su visión la que intenta transmitir, una visión que debe intentar destacar por sobre el resto de sus competidores; en este sentido, el candidato es un crítico de la realidad. Lo destacable del candidato es lo que habla del futuro, no del pasado o del presente. Así el candidato no miente, porque sobre el futuro sólo se puede conjeturar. Eso sí, el candidato asume un compromiso, el de cumplir sus promesas.

Un testigo, en cambio, es una persona cuya función esta en acto. El testigo no compite ni aguarda, el testigo emite juicios testimoniales. A diferencia del candidato, no es la promesa lo que lo constituye como tal sino la veracidad de sus dichos. Él dice la verdad o miente, pero no conjetura. Un testigo habla del pasado o del presente, no del futuro, pero no tiene carácter de crítico de la realidad sino más bien de narrador. El compromiso asumido por el testigo es que su testimonio esclarezca la realidad y no pretende modificarla ni adicionarle elementos subjetivos más allá de lo inevitablemente humano.

Por lo visto, un candidato testigo, que personifica una candidatura testimonial se encontrará entonces ante varias disyuntivas claramente contradictorias. ¿Hablará del pasado y del presente en su calidad objetiva de testigo o prometerá hacia el futuro en calidad de candidato? ¿Se destacará por la impronta subjetiva del candidato o será mesurado y objetivo como un testigo? ¿Criticará la realidad que él mismo genera en tanto que funcionario con promesas futuras de cambio?

Las características contradictorias entre candidatos y testigos me hacen pensar que un candidato testigo investido en su candidatura testimonial deberá falsear al menos un aspecto de su condición cada vez que emita juicios relativos a su función. Así, cuando hable de promesas hacia el futuro falseará su aspecto testimonial, cuando intente atestiguar objetivamente acerca de la realidad falseará su condición de candidato, y así con cada uno de sus actividades.

Sin embargo, las contradicciones cesan cuando explícitamente el candidato testigo renuncia a uno de sus propósitos; la candidatura. El “candidato” no es un candidato. No está en potencia ni espera una elección para saber si gana o pierde (en el sentido de que perder implicaría no asumir un cargo determinado). Gane o pierda el candidato testigo tiene ganado su espacio, por lo que nuevamente no se trata de una verdadera elección. En una elección democrática que se precie de tal hay una disputa por cargos electivos, y el candidato testigo renuncia justamente a ello. La disputa no es real y la elección no es definitoria. Si no es una elección real –finalmente– no estamos ante un mecanismo democrático, porque en una elección democrática se gana o se pierde.

Subyace aquí una mentira y una traición. Mentira porque un candidato ostenta una condición que no es tal en una disputa electoral. Es falso que sea candidato, porque no le interesa asumir el cargo por el cual compite. ¿Cómo creer entonces en sus promesas si no es un candidato? ¿Cómo creer en la objetividad testimonial en un escenario de mentiras oficializadas?

Hay aquí un problema. Una mentira tiene razón de ser si el engaño que pretende es al menos probable. El éxito de una mentira es que sea tomada por verdadera, porque sino la acción que intenta desencadenar no se produce. Por eso una mentira no podría convertirse en ley de la razón, porque la universalización de la mentira destruye el engaño que pretende imponer, y si todos mienten nadie miente verdaderamente, porque no se logra engañar a nadie. Por eso aquí hay algo más que una mera mentira, hay una traición a los valores democráticos e intentan socavar la moral pública haciendo de la mentira la regla universal. La perversidad de esta mentira es que es explícita pero aún así pretende conservar el engaño.

Así como en matemáticas dos signos negativos equivalen a uno positivo (--x=x), la ética justicialista-kirchnerista infiere de la sumatoria de vicios públicos una virtud democrática. Por eso no admiten la crítica (ni siquiera de perros fieles como Montoya) porque cuando los vicios públicos adquieren categoría de virtud democrática la crítica negativa se convierte en manifestación antidemocrática. En fin, a estos “no-candidatos” “no-testigos”, que reivindican la mentira como ley de la razón, el engaño público como virtud democrática y la defensa del poder (su poder) a cualquier precio como un loable objetivo político, habrá que ponerles un nuevo nombre, para que no se los confundan con los otros candidatos democráticos. A mí se me ocurre: Kandidatos.

Oscar Zúccolo

2 comentarios:

  1. Oscar.. esta bien la explicacion pero es muy larga... osea, es seguro que un testigo no va a gobernar, y que si lo votas no sabes a quién realmente estas votando

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  2. Nelly, Gracias por el comentario. Tomo nota de la crítica por la extensión del artículo.

    Oscar Zúccolo

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